Conocemos el latón desde épocas prehistóricas. Su trabajo, su pulido, se ha ido perfeccionando siglo tras siglo. Nuestros artesanos han bebido de este saber. Saben cómo troquelarlo y fundirlo. Saben que su maleabilidad varía según la composición y la temperatura. Y que es distinta si se mezcla con otros metales incluso en cantidades mínimas. Saben cómo transformarlo en láminas finas para crear objetos funcionales, útiles, cotidianos o, simplemente, bellamente decorativos.